lunes, 26 de diciembre de 2011

Juntos realizamos un gran viaje mítico


Elevo tú velero, mi Andalucía, desamarro tus áncoras. Te profano, soy un peregrino furtivo, palpo lo ornamental de tú timón esplendente. Miro hacia arriba, a tu edén cósmico. Está completamente desnudo sin el revoletear de las aves, llegándome los olores de tus salobres, lástima que sean silenciados por los vidrios menguantes de tus ecos; ventean o tintinean a futuros días despreocupados diáfanos amorosos y es la sincronicidad, de mi mano con tus sospechas de mi venida, o es un momento prodigioso, cuando el fulgor; me ciega. Me abrazan la llamas apasionadas calcintrates de tu núcleo rey, nada más mágico, para un pirata, un viejo lobo de mar, que sus pupilas, se cierren, no pudiendo regular con su obturador, los pasos de tu gran albor escarlata, y solo puedo repetirte a ti mi barco Andalucía “Que paisaje aquí en estas aguas puedo morir sin repelar”.
Zarpo, voy a su encuentro, navego creyéndome un Colon más, claro, que sin sus legendarias 17 calaveras y ni hablar de la Pinta, ni mucho menos de una Santa María, ¡Hay las Marías!, siempre me han emborrachado sus brebajes, ¡En fin!, Navegó con una gran tripulación, con mi fiel compañero y guardián Morgan, ladra como no queriendo inventar de nuevo una sinfonata, quizás se excita más que yo, al ver que cada vez estamos más adentro del mar, pronto veremos en un abrir y cerrar la perfección de ese Cádiz carne de mi cuerpo, sangre de mi sangre voy a tomad su vino, aunque, tenga salitre, y es cuando sin pensarlo, me doy cuenta que ya estoy buceando en sus cuencas, he tomado su néctar; de pronto un pez dorado, atrae mi atención, lo veo zambullirse; me tiene miedo; huye dando fuertes timos formando pequeñas ondas; estas al unísono comienzan a zapatear, bailan flamenco; quien las viera diría que son una alegoría de la Virgen Macarena, pero, por hacer una pequeña travesura, me deslizo hacia esa ondita, fantaseo con poderla detener. Pronto me olvido de esa empresa, al ver unas estrellas de mar rojizas hechas por el celar del día, les doy mis oídos, me dicen “Síguenos ven a cantar con nosotros:


Cádiz luce su figura
 En medio de un mar de plata
y el mismo mar la retrata
 Cuando la luna fulgura.
Envuelta con la blancura
Que la salina provoca,
Cádiz, con un ansia loca,
va cantando en un tanguillo.
"Llevo clavado un cuchillo
sobre mi más firme roca"

Sus orfeones me inducen a que me deslice hacia un poco menos de este horizonte, para que pueda, vislumbrar desde lo valioso, de lo más bajo, que me da la sensación de una vista, cada vez más lejana, cada vez más minúscula. Ahora sólo pudiendo temer a los truenos de las tormenta, que acaba de acontecer. Comienzo entonces a ver majadas verduscas y frondas exuberantes en sus calados; cayos infantiles supuestamente doncellos. Estoy henchido ante la indiscutible extrañeza de este entorno soñador, puedo llegar adonde nadie lo ha hecho, a pequeños nirvanas; se aparecen suntuosamente frente a mis vivezas.

Siento lo inmutable, a la silenciosa opera de la soledad, se ha derramado el sacramento marino de la copa de este Cádiz. Pero la decadencia del viaje, se hace inevitable, cuando poseído por un deseo netamente mortal, quiero cautivar a este espectáculo, con mi tomavistas: al ramaje de los riachuelos azules que se unen quietamente a los hilos del océano entero. Entonces, desciendo todavía más en estos sitios bañados de este Cádiz, para ver debajo de su superficie en lo más profundo sus exóticos arbustos plantas, muy extrañas cuyas lisonjas parecen una aglomeración de peces multicolores, de aquellos que sólo logras ver en tus ensueños o en glorias terrenales.

Desciendo y desciendo, escucho una voz ir y venir por todo aquel cacho de océano que me grita.- “Al tirar de esa cuerda, puedes regular la velocidad con la que nadas”, con extrañeza, le preguntó “cómo puedes volar y a la vez nadar hasta lo más bajo, de este vino tinto azulado”, y es en ese momento “hostia, que paja”, un balde de agua cae en mi cama, es mi madre, caray me despierta para ir al curro, “estaba soñando tan rechulo”, de nuevo con el gran náutico, con ese pedazo de mar que alguna vez mire, al que mi padre me llevo a bucear. Recuerdo que mi viejo, ya estaba muy canoso con su gran pelo fingido, quizás presuntuoso de sus miles de rugosidades y fue ahí en ese mar de Cádiz donde tomo con sus grandes manos toda su agua y me dijo “Este es mi regalo, ven tómalo es para ti, ven asir a la inmensidad de este gran paisaje”, eso ocurrió “en uno de mis tantos cumpleaños en el gran viaje mítico que hicimos juntos en uno de sus tantos sueños.”

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